913- UNA ELEFANTE. Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.

Dedico este texto a Carmen Scarpellini, "la estrella de la tele" [:-)]. (Miguel-A.).

No es oro todo lo que reluce, afirma un dicho. Con esta expresión quiero dejar claro que es fácil juzgar a alguien en la distancia y sentirse acomplejado comparativamente por falsas apreciaciones de brillos inexistentes. En realidad, todos los atáxicos somos humanos y, con ligeras diferencias, una vez caemos y otra nos levantamos. Con ligeros matices, caer y levantarse, desde el punto de vista psicológico, es una historia común a todos los enfermos neurodegenerativos.

1994 fue para mí un año bastante malo a causa del corazón, no de la miocardiopatía típica de la Ataxia de Friedreich [:-)]. Son esas cosas que, aunque produzcan risa tras la distancia en el tiempo, apabullan durante algunos meses, tal vez años. A veces le ocurren a todo el mundo, pero pueden tener una incidencia especial en personas psicológicamente minadas por saberse pacientes de una enfermedad progresiva: Es el hecho de las de personas ajenas (familia) a la película romántica cuya toda razón es "esto es así porque aquí mando yo". Durante algún tiempo yo no vi sentido a la vida y todo mi objetivo era vivir porque había que vivir. Gran parte de día lo pasaba hojeando el periódico, que maldito lo que me importaba, y sin acabar de un tirón ningún artículo porque cada tres por cuatro me pasaba de la lectura a enrollarme con mis propios pensamientos.

Por entonces había comenzado a tomar conciencia de la movida, de moda con acampada en el paseo de la Castellana de Madrid, formada en torno al 0,7 por ciento de los presupuestos públicos para ayuda al Desarrollo. Incluso publiqué un texto en un periódico provincial. Más tarde, pensando en el refrán de "un grano no hace granero, pero ayuda al compañero", en el verano de ese año comencé a pensar que aún podía hacer algo por los demás y solicité el apradrinamiento de dos niños mediante una ONG. Se trataba de un compromiso de cinco años, una módica cantidad diaria que no iban a los niños, sino a un proyecto para el Desarrollo de la Comunidad donde habitan esos niños. No puede decirse que nadie me enrrollase, fui yo quien premeditadamente rellenó un formulario visto en el periódico cientos de veces.

Ese fue mi primer comienzo con las ONGs. Pronto contacté con la Presidenta en Burgos del Grupo de Voluntariado de dicha ONG, una chica de padre Italiano: Ambos llegamos a un acuerdo: yo hacía el trabajo de escribir las cartas a nombre del Grupo de Voluntariado y ella daba la cara. Me explico: Gran parte de las cartas y/o fax iban a parar a los Medios de Comunicación y yo daba su teléfono como número de contacto para evitar que me llamasen a mí. Simplemente, a veces conseguíamos que nos pidiesen entrevistas, para promocionar nuestra labor y el trabajo de la ONG a la cual representábamos, en prensa, radio, e incluso, televisión local... y a un sordo con voz clásica de un Friedreich avanzado, nunca le hubiesen concedido una entrevista.

Con este Grupo de Voluntariado estuve tres años. Luego en el Grupo adquirieron sus propios ordenadores y mi labor era un trámite innecesario cuyo resultado era alargar los procesos. Entonces colaboraba con Amnistía Internacional y vi con buenos ojos lo de repartir el trabajo. Yo nunca acudía a las reuniones del Grupo de Voluntariado y habían de explicarme lo que se pretendía, y si quedaba tiempo, yo enviaba mis cartas a Carmen para obtener el visto bueno a mis explicaciones. Lo malo del caso es que, salvo retraso en las respuestas a las peticiones de permiso al Ayuntamiento, Carmen era un poco perezosa [:-)] y siempre esperaba a última hora, por lo cual habíamos de andar con el fax porque ya no daba tiempo para envíos por correo normal y con envíos directos sin revisión a mis textos. Sinceramente, fue estupendo que ellos tomaran cartas en este asunto.

Durante este tiempo, para dar a los Directores de los Medios de Comunicación la impresión de sabernos bien el tema, hube de documentarme un poco sobre algunos asuntos referentes al Desarrollo, como el 0,7, la deuda externa, o las cifras del hambre. Así es como llegué a interesarme por el caso de las minas antipersonales producidas en los países desarrollados para venderlas a los subdesarrollados. Son esas bombas escondidas por militares y grupos paramilitares que permanecen activas durante mucho tiempo después de finalizado el conflicto al no saber nadie dónde las puso. El resultado es millones de mutilados, la mayoría civiles y muchos de ellos niños. Antes de que el tema se pusiera de moda y la, fallecida, Princesa Diana de Gales, liderase la parte visible de la movida, ya había publicado yo un texto sobre ese tema en un diario provincial.

Mi estupefacción ha llegado al límite este verano de 1999 cuando durante tres días consecutivos ha sido objeto de las noticias una elefante hembra que había pisado una de estas minas en Tailandia y han tenido que amputarle una pata y colocarle una prótesis. Llega uno al punto de tener casi que santiguarse, no porque se preste atención veterinaria al elefante, es lógico, sino porque la mutilación, por estas bombas, de un millón de niños no es noticia y sí lo sea la de un solo animal.

Finalmente, llego a la conclusión de la total certeza de esta noticia, pero sospecho que la difusión está promocionada e impulsada por los propios pacifistas sabedores de que este tema de tintes ecológicos tiene gran calado en la sociedad y puede ser una baza de gran utilidad en su meta de la prohibición de fabricación de esta clase de armas. Pero... ¡en ese caso, el santiguado debiera ser doble!. ¡Que Dios nos ampare!. Mal... muy mal... rematadamente mal está el mundo si en el reproche a sus inmoralidades es más importante la mutilación de un elefante que la de varios millones de personas muchas de ellas niños cuyo único "delito" es haber nacido en zonas donde han existido conflictos bélicos.

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